TRASCENDER
No digas felicidad por años,
di si realmente ha servido
la escarcha de color en tus manos,
si hueles todavía el perfume de claveles
al abrir la cara frente ti.
Di realmente si soñaste con esa mujer
de vestidos negros
que ondulan elixires de caderas,
que extraen tu aliento
con besos de guarda silvestre.
Conservas la incrédula mirada en frascos vacíos,
como un dolor,
un recuerdo,
tu soledad,
el futuro promisorio en el que no estás;
ni la luz de la noche en que naciste trémulo
de perdones acallados por caricias invisibles
que brotaron de tu larga infancia perdida en el jardín
y de tu cabeza sobre tus manos que yace casi muerta,
como una seguidilla de años sobre un tren,
van ya lejos.
La casa está vieja,
morir no merece importancia;
se erosionan los humanos amigos y te descubres tú,
débil estertor de amaneceres,
tragedia de caminos vírgenes
que llegaban donde mismo,
atisbo de monstruosidad con que sueñan las nubes
al pasar la tarde como otra tarde contigo,
una tarde más junto a ti.
Cuando mires atrás,
no digas años,
amor,
ventura,
procúrate el descanso sin más;
que todo lo recopilado
no quede en el equipaje
junto a la puerta entreabierta,
por donde cruzarás impávido,
sin conjugaciones ambiguas
por la cáfila que en otrora venía a mal traer.
Cuando digas años,
no digas he llegado libre de polvo y cenizas;
has de hablar hasta adentro del yo y escuchar,
invocar a los muertos que no has llorado,
a las huellas de la conciencia de los miserables
que no han llegado a saber de tristezas,
que no tienen tiempo y
no han dado cuenta de las casas vecinas,
los hoyos de la construcción humana,
los cimientos de los antivalores
con el viciado aire que los rodea.
Pensaste que nadie lo notaría;
los códices son el yugo en las básculas que se desbaratan
según el mercado en el que se fabrican.
El sueño tiene un costo,
quieres saciar el llanto que te libera;
en qué trozo de roído pergamino
puedes descifrar esta bitácora sin fin
que te mueve por escalas inefables
en el desierto que se acompaña de tu voz?
No es cierto el poeta que se pretende como tal,
no hay abuelos, no hay niños brotando de entre los dedos,
ni palomas,
ni letanías,
ni ráfagas de alientos
silbando en los castillos de la niñez,
donde evadirse de la flaca mano que se acerca
cual cíclope implacable en el ocaso del hombre.
Buscas un rastro de saliva de tu madre
pero no volverás a nacer.
Cogerás un último puñado de tierra de tus pasos
y no verás en él la sombra de tu padre.
El clamor tiene muchas formas de escabullirse,
una flor lo sabe
cuenta los días con que cuenta
como un secreto a voces aun no develado;
cabe resignarse entonces,
ni héroes,
ni villanos,
pútridos o hermosos
yacemos incólumes ante el deseo
de perdurar más allá
de lo que no supimos ser.
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