COMO EL HALO DEL VINO EN EL VAPOR
Un día me iré a caminar.
Un día saldré haciendo reverencias
a la lluvia que lame sus heridas tras el sol.
Iré por la noche en mitad de ella,
hurgando en los mosaicos al pasar;
un halo de vino en el vapor
me provocará risas en la niebla
que se irá haciendo cosquillas
entre campanitas de agua
de los collares colgados en la noche
y reirán para mí
al baño de los gorriones que siempre fueron los mismos.
Con un silbido volverá la luz de mis manos
y brillarán pequeños fuegos para los mendigos,
ellos tendrán de sobra motivos para invitarles un trago redentor
en una copa azul como las noches de Vincent.
Cuando las alas se ramifiquen
en el suave frotar de altamar,
habrá un susurro escondido en la ciudad de la penumbra perfecta;
y con el aliento emanando las pobres vendimias
se pintarán las puntas del agua,
reflejadas en adoquines entregados al asfalto
que nunca sabrán donde voy.
Salir, como un gorrión de Paris,
después de haberla besado tanto,
que su boca será la mía en la lluvia de septiembre;
con un caleidoscopio bajando a las mejillas
cuando deje ondular atrás
el halo del vino en el vapor que secuestré.
Un día me iré a caminar.
Saldré a preguntar a la noche,
dónde es que me encontraría nuevamente,
y con las apuestas ayer perdidas
empañaré las vitrinas del café que nunca me atreví a invadir;
para volver a ser el niño asombrado en el semáforo,
con un violín aprisionado mordiéndome el pantalón.
Mientras el agua peine la memoria
se diluirán los viejos fantasmas de la bruma
que siempre encontró mi rastro
de escarcha roja bajo el antiguo cielo.
Los eruditos alarmados, dirán,
que de los árboles deberán seguir bajando los tontos
a ordenar los flujos de la lluvia en los bares,
pues creo que mañana
la noche aún será perfecta.