De nuevo a la tierra,
perfumados de muerte,
cubiertos y amortajados
con la nueva vida.
Jugando a morir a intervalos
como jinete blanco hacia los ojos,
la piel, las bocas.
La muerte entra en la carne,
se crispan los nervios aletargados
y lentamente caemos hasta el pecho.
La cadencia exhorta demonios
que se esconden bajo las ropas
como híbridos ojos
que observan con cuidado
el cumplimiento de la profecía,
la hora perfecta
en que saltan al vacío los frutos rotos.
Las cerezas llevan la marca
de haber perdido el corazón,
pero el corazón
es la cereza en los labios de la pequeña muerte;
dulce vino que brilla como esta noche,
cierra los ojos.
Insistimos en no abandonar estos cuerpos,
como insiste toda la magma en la tierra
que funde los huesos.
Ya se presentan arcángeles celosos
que no pueden cerrar el círculo;
mientras respiramos tijereteados en el cuerpo,
los ojos se exasperan
y no quieren dejar estos breves instantes de luz,
de entera existencia.
Recorremos pasajes en silencio;
nos aguarda, acecha
y creemos tener la guadaña
y ser el captor de la muerte
que nos sorbe la vida impaciente.
Sin excusas, dos cuerpos pugnan en el rito
de quitarse la vida y morir lentamente.
De nuevo a la tierra; plácidos,
perfumados con la pequeña muerte,
cubiertos y amortajados
con esta nueva vida.
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