
Un rayo coquetea en la cortina amarillenta,
la nicotina se apoderó del cuarto y de lo único blanco del hombre sin sombra.
Tiene la mirada absorta;
la agonía abruma todo deseo
y camina sobre la muralla mirando un tic-tac.
La vereda proyecta su vacío y se consume,
la lengua muerta lo alejó de la belleza del sol.
Hombre hacia adentro,
parado tras la puerta
espera que alguien lo encuentre y explotar en el muro;
canto cromático de la balada para un loco.
El hombre sin sombra
masculla las palabras que escucha;
dialoga torpemente con el viento que lo ignora,
se desvive en recorridos y sueña con Penélope antes de abandonarse.
Las comisuras, petrificadas,
ahogan la humareda del pecho
y alguna vez quiso besar un beso,
llamar a la humedad y ser como los muchos.
Las luces escapan de su abrazo
con lacerados parpadeos de astros indigestos.
Sin sombra, se pierde con el sol
e incineran el espacio que les queda.
En las pupilas pareciera escribirse el big-bang,
mientras abre la amarilla cortina
y oye, en el aire…
“…ya se que estoy piantao, piantao, piantao...”
cuando un San Juan aletea,
le susurra al oído un secreto y quiso volar.
El hombre sin sombra,
sin legado,
sin huella,
no camina y espera volverse a dormir para no ser.
Polvo al polvo;
lo demás, lo dirán las sombras.
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